Alfonso I, por Pradilla
(Ayuntamiento de Zaragoza) |
(?,
hacia 1073 - Peleñino, Huesca, 1134). Rey de Aragón y Pamplona
desde 1104. Es, sin duda, uno de los monarcas aragoneses más significativos,
ya que fue el artífice de la expansión territorial del reino,
configurando en sus líneas generales el Aragón histórico.
En pocos años arrebató a los musulmanes más de veinticinco
mil kilómetros cuadrados, llegando a dominar un amplio territorio
que engloba desde Tudela a Madrid por el oeste, y de Sariñena a
Morella por el este, siendo Molina de Aragón, Singra, Cella, Aliaga
y Gúdar sus límites meridionales. A Alfonso I se debe el
control del curso medio del Ebro y su
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comarca, importantes
incluidas ciudades como Zaragoza, Tudela, Tarazona, Borja, Épila, y de los valles del
Jalón y Jiloca, con Calatayud
y Daroca. Esta rápida conquista de zonas tan extensas originó
una serie de problemas -agudizados por la deficitaria demografía
del reino- como fueron, entre otros, la ocupación de las nuevas
tierras y su defensa -sobre todo en las zonas fronterizas con el Islam-,
y la perentoria necesidad de atraer pobladores y colonizadores; se suscitaron,
igualmente, varias cuestiones sociales y económicas derivadas de
aquéllas. El monarca aragonés se ocupó personalmente
de todos estos asuntos, y así lo veremos dirigiendo las campañas
contra los musulmanes, organizando la jerarquía eclesiástica
en las tierras conquistadas, creando verdaderas órdenes militares
como la de Monreal del Campo o la Cofradía de Belchite, o
concediendo fueros a distintas villas con el fin de atraer nuevos pobladores. Fue Alfonso I un rey personalista
que, a la cabeza del reino, dirige todos sus asuntos de gobierno: la guerra,
la diplomacia, la repoblación, etcétera. Imbuido de un fuerte
espíritu religioso, rayano en el idealismo, concibe la guerra expansiva
contra el Islam como una verdadera cruzada antimusulmana. La monarquía
aragonesa iba a la cabeza de los ideales nacionales; el reino -nobleza,
alto clero, caballeros- le secunda, pues, aparte de estar animados del
mismo espíritu idealista del rey, la guerra les reporta enormes
beneficios materiales y sociales. Contó también el rey aragonés.
Si unimos a todo esto la debilidad de los musulmanes del Ebro, tenemos
dibujado el panorama donde se enmarcarán los importantes éxitos
militares del Batallador.
Alfonso I era hijo segundón
de una segundo matrimonio del rey Sancho Ramírez con Felicia de
Roucy. No estaba llamado a gobernar el reino, pero una serie de muertes
circunstanciales hizo que en 1104, al morir su hermano Pedro I, accediera
a ocupar el trono. Su formación militar, el clima de beligerancia
contra el infiel que se respiraba en Aragón, su fuerte impronta
religiosa -Alfonso I está muy influenciado por las órdenes
militares-, y sus frecuentes contactos con Francia, informarán toda
su política; de ahí le viene su lucha constante contra los
musulmanes y la protección prestada a los burgos de francos instalados
a lo largo del Camino de Santiago. Sus objetivos inmediatos, dentro de
la política expansionista iniciada por su padre, son la ocupación
de Zaragoza y Lérida y, más remotamente, Tortosa y Valencia.
Se reinado comienza con la ocupación de Ejea y Tauste (1105). Por
el este ocupó la Litera, tomando Tamarite en 1107.
Dos años más
tarde contrae matrimonio con Urraca, hija y heredera de Alfonso VI de Castilla.
Estas nupcias, que podrían haber anticipado la unidad peninsular
en varios siglos, tuvieron, en cambio, unas nefastas consecuencias debido,
sobre todo, a las frecuentes disputas personales y políticas entre
los cónyuges. Excepto hechos aislados, como la batalla de Valtierra,
las "malditas y descomulgadas bodas" -como dirán los cronistas castellanos-
alejarán a Alfonso I durante varios años de la guerra contra
los musulmanes y le retendrán en Castilla, luchando encarnizadamente
contra sus enemigos, entre los que frecuentemente se encontrará
su propia esposa. Hasta 1114 no se produjo la separación canónica
del regio matrimonio.
Desde entonces el rey aragonés
dedicará sus energías en las tareas de reconquista y repoblación,
lo que no le impedirá mantener bajo su control extensas zonas de
Castilla. Su plan inmediato es la conquista de Zaragoza. A comienzos
de 1118 un concilio celebrado en Toulouse concede los beneficios de cruzada
a cuantos acudan a la conquista de la ciudad. Un numeroso ejército,
"como enjambres de langostas y hormigas", se concentró en Ayerbe
-acudieron gran número de señores ultrapirenaicos-. Avanzan
hacia Zaragoza ocupando Almudébar, Gurrea de Gállego y Zuera.
A finales de mayo están a las puertas de la ciudad y comienza un
largo y prolongado asedio que duró hasta el 18 de diciembre de 1118.
La toma de la ciudad supuso prácticamente la sumisión de
todo el reino moro de Zaragoza; se ocupa desde Magallón hasta
Fuentes de Ebro y Alfajarín, y por el sur hasta el puerto de Paniza.Alfonso I se encamina, sin
pérdida de tiempo, hacia otras ciudades aún en poder los
almorávides, En febrero de 1119 toma Tudela; poco después
Tarazona. Tras repoblar Soria y su comarca, se dirige, en la primavera
de 1120, hacia Calatayud.
Tuvo que levantar el sitio para luchar contra un ejército almorávide
que intentaba frenar su expansión. El encuentro se produjo en Cutanda.
Tras esta nueva victoria ocupa Calatayud
y Daroca, con las cuencas del Jalón y Jiloca. Su sueño ahora
es tomar Lérida. En 1122 va contra Fraga y luego con Lérida,
instalando sus reales en Gardeny (1123), pero la oposición de Ramón
Berenguer III, conde de Barcelona, le hará desistir momentáneamente
del empeño. Tras solucionar unos problemas internos en Haro vuelve
a la frontera de moros y se instala en Monreal; repuebla la frontera entre
Cariñena y Singra. En el invierno de 1124 organiza una arriesgaba
expedición a Peña Cadiella (Benicadell) como primer paso
de su viaje a tierras andaluzas, que emprenderá a finales de 1125. El objetivo era instaurar
en Granada un principado cristiano. Invirtió en la marcha cerca
de un año, recorriendo y asolando la zona levantina (Alcira, Denia,
Játiva, etcétera) y Andalucía (Córdoba, Granada,
Málaga, etcétera) Aunque no logró su objetivo principal,
regresó con varios miles de mozárabes que asentó en
tierras aragonesas tras concederles un ventajoso fuero. En 1127 vemos al
Batallador concediendo fueros a Zaragoza y Tormos; también firmó
con Alfonso VII de Castilla las paces de Támara. Tras asegurar la
frontera con Castilla y repoblar Cella, marcha hacia Valencia; llega
a poner sitio a la ciudad tras haber vencido a los almorávides en
Cullera. En otoño de 1129 está de vuelta, y lo vemos ocupado
en repoblar nuevas tierras como Ribota o Monzón. Tras un corto viaje
por el valle de Arán, en octubre de 1130 está asediando Bayona.
Antes de levantar el sitio -que duró un año- redactó
Alfonso I su singular y extraño testamento en el que dejaba el reino
a las órdenes militares de Oriente: el Temple, el Hospital y el
Santo
Sepulcro. El resto del año y
el siguiente los empleó el rey en solucionar problemas de repoblación
interior. Su meta inmediata es conquistar las riberas del Ebro hasta Tortosa.
Con un plan premeditado de ataque -forma una pequeña flota fluvial-
ocupa Mequinenza a fines de 1132 e inicia el asedio de Fraga, que durará
un año y medio, siendo además definitivo para el rey, que
sufrió, junto a su ejército, una gran derrota el 17 de julio
de 1134, que le obligó a abandonar el cerco. Alfonso I pudo escapar
del desastre y regresó a tierras aragonesas, donde le veremos realizando
disposiciones de régimen interior, proveyendo sedes y señoríos
vacantes. El día 7 de septiembre de aquel mismo año, y tras
haber ratificado su inviable testamento, muere el monarca en Poleñino,
aldea situada entre Sariñena y Grañén. Fu enterrado
en los aledaños de Huesca, en el castillo-abadía de Montearagón. La muerte de Alfonso sin
sucesión directa abría una crisis profunda en el reino de
Aragón. Su testamento, obra de un idealista, era irrealizable, ya
que las órdenes militares no estaban en condiciones de hacerse cargo
del poder. Los nobles aragoneses tampoco aceptarán la última
voluntad dispuesta por el difunto monarca y elevan al trono a Ramiro II,
hermano de Alfonso, que a la sazón era obispo de Roda-Barbastro.
En Navarra la situación planteada será similar, y elegirán
a García Ramírez, "el Restaurador", como rey. Los almorávides,
vista la crisis política y dinástica, contraatacarán
con éxito recuperando momentáneamente algunas zonas, pero
la suerte de la Reconquista estaba ya echada y no eran ellos los vencedores. El reinado de Alfonso I el
Batallador, que equiparó el concepto de reconquista al de cruzada,
tuvo para el reino de Aragón una gran transcendencia pues, aparte
de la gran extensión territorial que alcanzó el reino, Aragón
-unido posteriormente a Cataluña- será junto a Castilla-León
el pilar fundamental de la lucha contra el Islam. (Juan F. Utrilla Utrilla)
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